Escrito por 12:00 am Cultura, Saúl Arellano • Un Comentario

Del conservadurismo a la dilución de las ideologías

Respecto de la perspectiva moral de quienes buscan ser candidatos a la Presidencia de la República, es posible afirmar que hay una inaudita uniformidad: el conservadurismo es la única opción con que hoy contamos las y los ciudadanos para elegir, lo que resulta un contrasentido para la democracia, en la cual, se supone, el pluralismo debería ser regla y norma cotidiana


José Antonio Meade ha dado claras muestras de ser moralmente conservador. Ricardo Anaya, ni se diga; por cierto, es penosamente egresado del Doctorado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, en donde parece que no aprendió nada sobre las libertades y el compromiso con los derechos de las minorías.

Andrés Manuel López Obrador, a pesar de su aparente postura liberal progresista, nunca ha dado señales claras de posturas abiertas y comprometidas con los derechos humanos, particularmente los de quienes viven en la diversidad sexual y en lo que a los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres se refiere.

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Entre los llamados independientes, tanto Margarita Zavala como Jaime Rodríguez Calderón, son igualmente fervientes de un conservadurismo moral a prueba de fuego.

Pareciera, en este contexto, que sólo Armando Ríos Piter se salva y pareciera también que es el único de quienes estarán en la boleta electoral que podría defender una agenda progresista y ampliamente liberal, quizá hasta de izquierda. En esa misma lógica, quizá podría convertirse en la única opción para los grupos llamados minoritarios, los cuales, por cierto, han sido también históricamente ejemplares en la defensa de los derechos humanos en México.

Lamentablemente María de Jesús Patricio “Marychuy” no va a estar en la boleta electoral, pues representaba la posibilidad de impulsar, con plena legitimidad dos de las agendas de la desigualdad y la exclusión más relevantes para el país: por un lado, la exigencia de justicia y dignidad para los pueblos indígenas, y por el otro, la defensa de los derechos de las mujeres, en un sentido amplio.

Pensado de este modo, lo que puede sostenerse es que los partidos políticos han declinado a su responsabilidad de presentar a la ciudadanía auténticas plataformas ideológicas y programáticas a favor de un pensamiento con un rancio tufo religioso, que pone permanentemente en tensión al Estado democrático, pues, sin un carácter genuinamente laico, la democracia simplemente no es posible.

Por otro lado, hasta ahora todos los precandidatos han mostrado una visión también conservadora en lo económico: ninguno se ha pronunciado por una reforma fiscal integral que nos lleve a un sistema tributario progresivo y al diseño de una nueva arquitectura institucional que permita crecer para igualar e igualar para crecer, como lo ha planteado insistentemente la Comisión Económica para América Latina (Cepal).

Todos han sostenido, de un modo o de otro, que mantendrán la política económica hasta ahora vigente y ninguno ha propuesto reformar a la administración pública federal para reestablecer equilibrios democráticos en el gabinete presidencial, a fin de evitar que la Secretaría de Hacienda siga actuando como lo ha hecho desde hace ya tres décadas: como si fuese algo así como una “vicepresidencia económica”.

Ninguno de los precandidatos ha planteado avanzar hacia una nueva reforma política o profundizar la permanentemente pospuesta reforma del Estado, a fin de transformar el desgastado presidencialismo que hoy mantenemos, y transitar hacia un modelo que garantice una mayor representatividad y legitimidad política, así como la generación de nuevos mecanismos de control, pesos y contrapesos democráticos en el ejercicio del gobierno y de la representación del Estado.

De acuerdo con varias encuestas, el porcentaje de quienes no hemos decidido aún por quién votar, o incluso si ejercemos o no el derecho de anular nuestro voto, supera el 40%. Un dato que las y los precandidatos deberían considerar seriamente para, frente a éste, asumir con seriedad y honestidad una agenda progresista. Ésa puede ser la clave para ganar o quedarse rezagados en la lucha por la presidencia.

@saularellano

Artículo publicado originalmente en la “Crónica de Hoy” el  15 de febrero de 2018

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